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《教汉语,走世界》Enseñar chino, recorrer el mundo

La celebración de año nuevo chino en el norte de Uruguay

por CS-CS CS 22 Sep 2025 0 Comentarios

El Año Nuevo Chino, también llamado Fiesta de la Primavera, es un feriado tradicional de China que se celebra el primer día del calendario lunar.Cada año, en esta época, todos los rincones se llenan de faroles y adornos propios de la festividad. Las avenidas y los callejones se embellecen con toda clase de decoraciones creativas. Cada hogar, donde el ambiente que se vive está lleno de alegría, suele pegar en los marcos de las puertas coplas de primavera, se desvelan para recibir el año nuevo, realizan visitas a los familiares para desearles un año nuevo y comen la cena de año viejo juntos. El espíritu del Año Nuevo se siente en todas partes.

Para la mayoría de los chinos, Uruguay es un país lejano y desconocido. Aquí también se celebra cada año una gran festividad, que suele tener lugar en la segunda semana de octubre. Esta fecha coincide con los días frescos de otoño en China, cuando los pequineses acuden en grupos a la Colina de la Fragancia para contemplar las montañas cubiertas de hojas rojas otoñales.

Por invitación de unos amigos, partimos desde Montevideo en carro y recorrimos 182 kilómetros para asistir a un festival en una ciudad pequeña del norte del país.

Este pueblo pequeño de siete mil personas se sumerge en la radiante y hermosa luz primaveral. Frente a las puertas y ventanas de cada casa, los árboles verdes dejan entrever muros cubiertos de un rojo encendido. Bajo el cielo azul y entre nubles blancas, los altos ginkgos se ven aún más intensamente verdes.

El encantador y ordenado pueblito, desde muy temprano en la mañana,se encuentra muy animado.Los niños, entusiasmados, se preparan para el festival, probándose la ropa que sus padres les han preparado con esmero, y alistándose para el desfile de la tarde.

Las muchachas se visten con unos trajes deslumbrantes y se arreglan para participar en el concurso de belleza. Una vez que el jurado ha entrado y tomado asiento, ellas suben al escenario. Una tras otra, con pasos agraciados, reciben los comentarios tanto del jurado como del público. Sus tocados y pendientes destellan bajo la luz del sol, mientras sus elegantes vestidos parecen flotar con ligereza. No solo debían responder a toda clase de preguntas, sino también, de acuerdo con los requisitos del certamen, adoptar posturas y movimientos apropiados que luego serían evaluados por los jueces. Tras una reñida competencia, una de ellas fue coronada como la ‘Reina’ del pueblo, quién asistiría a la gala nocturna.

A las cuatro de la tarde dio inicio el gran desfile de carrozas. Lo encabezaba una gigantesca carroza en forma de bota que, al avanzar, movía alternativamente sus dos pies como si estuviera dando pasos. Este diseño simbolizaba la llegada de la primavera, cuando las personas regresan a trabajar con renovado esfuerzo.

La segunda carroza mostraba a un valiente gaucho montado en un caballo, con las patas delanteras suspendidas en el aire y las piernas del jinete firmemente pegadas al vientre del animal. En cada una de las cuatro esquinas de la carroza se representaban figuras humanas y objetos: en la parte delantera izquierda aparecía el hijo del gaucho, un niño con botas de montar, vestido con el atuendo típico: bigote pintado, sombrero marrón, chaqueta holgada y un ancho cinturón adornado con antiguas monedas. En la parte trasera izquierda estaba la esposa del jinete, ataviada con un vestido color malva y sosteniendo en la mano una herramienta de hilar con la que imitaba el gesto de torcer la lana. En la parte trasera derecha se erguía una gran maqueta de una tetera para mate, mientras que en la parte delantera derecha destacaba una guitarra de gran tamaño. Los gauchos amaban la música y a menudo entonaban canciones agudas y apasionadas mientras galopaban por las praderas.

La tercera carroza era una gigantesca maqueta que representaba la ciencia. Electrones, átomos y protones giraban sin cesar en sus respectivas órbitas. Alrededor de la carroza, un grupo de muchachas jóvenes, vestidas con togas y birretes doctorales negros, cantaban y danzaban. También había un grupo de muchachos, elegantemente vestidos con traje y corbata, que, con libros en las manos y un porte refinado, se sumaban a la danza. Si alguien preguntaba qué simbolizaba aquella carroza, todos respondían al unísono: «La Primavera de la Ciencia».”

La cuarta carroza exhibía una gran estrella roja, y en el frente de la pancarta destacaba, el gran y llamativo carácter ‘’ —‘Amor’—, escrito tanto en chino como en español. Niños con distintas máscaras rodeaban la carroza, representando un tipo de teatro satírico que dramatizaba acontecimientos noticieros: obras cortas que representaban la justicia y la bondad triunfando sobre el mal; una sátira donde demonios y monstruos que temblando de miedo se esconden en las esquinas; y escenas de gente sencilla y bondadosa, laborando con dedicación para lograr una abundante cosecha en la inminente primavera, todo ello envuelto en amor.

Las carrozas avanzaban una tras otra, mientras los niños gritaban y saltaban de la felicidad. Los diseños artísticos de cada carroza, así como la música, cambiaban sin cesar.

En ese momento, Raúl, un reportero local, llegó corriendo y nos invitó entusiasmado a presenciar un espectáculo en su pequeño pueblo. Sobre la hierba, un escuadrón de más de sesenta atletas se alineaban con perfecta formación. Todos tenían cabello y ojos claros, y vestían uniformes blancos de judo. La mayoría eran hombres de ascendencia española, italiana y francesa, con tupidas barbas. Llevaban ceñidos cinturones en la cintura y, con los pies descalzos, apretaban los puños; sus ojos brillantes, llenos de vigor, miraban fijamente al frente mientras ejecutaban cada movimiento acompañado de potentes gritos. Entre ellos, el más joven tenía apenas cuatro años y el mayor veintiséis.

Los tres llamativos caracteres chinos de "karate", escritos en el pecho y la espalda de los competidores, parecían saltar a la vista. De vez en cuando, del grupo surgía algún lema en japonés que acompañaba sus movimientos. En ese momento pensé: parece que a los occidentales no les cuesta aceptar la cultura oriental. Los latinoamericanos, con su temperamento energético e inquieto, y su clara disposición, parecen acoger con facilidad la cultura de Oriente. Al finalizar el espectáculo, los niños nos gritaron: «KungFú! ¡China! ¡Qigong! ¡Mulán!». Resultaba que nuestro cabello negro y nuestra piel amarilla evocaban esas asociaciones.

Un amigo periodista me contó que, en años anteriores, la Compañía China de Qigong Duro Oriental, dirigida por Yuan Xikui, había dado vida al festival de la ciudad. Cuando el padre e hijo de los Yuans ejecutaron la técnica de la ‘Estocada de Acero’ (Yín qiāng cì hóulóng), el público enmudeció. Esta ancestral y exigente disciplina del Qigong duro oriental resultaba una novedad. Los espectadores, con los ojos muy abiertos y el corazón encogido, contemplaron cómo padre e hijo daban vueltas por el escenario, avanzando y retrocediendo. La lanza de plata se apoyaba en sus gargantas, y ellos presionaban con fuerza hasta doblar la larga asta; sin embargo, padre e hijo salieron ilesos. Cuando les retiraron la lanza, se colocaron a un lado e hicieron una reverencia. Entonces, el público, atónito hasta ese momento, recobró al fin la conciencia y estalló en un aplauso entusiasta.

Después, la hija del maestro Yuan realizó una demostración de Qigong, una técnica sutil, caminando sobre huevos y papel sin romperlos. Ligera como una golondrina, Yuan Ruxia avanzó con facilidad sobre cuatro huevos colocados en la mesa, que permanecieron intactos. Luego, los tomó uno por uno y los fue rompiendo en vasos de vidrio transparente. Al ver el líquido fresco deslizarse en el vaso, el público estalló en aplausos. Más tarde, cuando realizó la prueba de caminar sobre una franja de papel blanco suspendida a medio metro del suelo, los espectadores quedaron aún más asombrados.

Una valiente niña uruguaya de diez años se ofreció como voluntaria para intentarlo; su peso no llegaba ni a la mitad del de Yuan Ruxia. Sin embargo, apenas apoyó el pie sobre la franja de treinta centímetros de ancho, el papel se rompió de inmediato y la niña cayó al suelo. Ante semejante contraste, los aplausos del público resonaron sin cesar.

El antiguo y misterioso arte del kungfú chino se había extendido en este remoto pueblo uruguayo. Multitudes de niños se congregaron alrededor de los maestros de Qigong, reacios a marcharse. Con sus pequeñas manos les daban palmadas en el pecho y en la garganta, les pellizcaban los brazos y los bombardeaban con preguntas.Al darse cuenta de que, salvo por su piel amarilla y sus ojos oscuros, los miembros de la compañía de Qigong no se diferenciaban de los uruguayos, los niños, entusiasmados y ansiosos, rodeaban a los artistas insistiendo en que les enseñaran kungfú.No solo aprendieron a decir «Hola», «Me gusta el kungfú chino», «Quiero aprender Qigong», «¡Una más!», «Gracias» y «Adiós», sino que también aprendieron términos técnicos como «postura inicial», «manos en cruz», «saludo de puño y palma», «patada», «postura del caballo» y «látigo simple».”

Entonces, cuando llegamos nosotros, los chinos de piel amarilla, los niños nos rodearon y se apresuraron a contarnos la emocionante escena.

Al caer la noche, las carrozas adornadas con luces de colores aparecieron en el crepúsculo y desfilaron lentamente por la calle principal. La carroza de la ‘Reina’ encabezaba la procesión, mientras las autoridades caminaban a su lado, saludando y estrechando manos de vez en cuando. En ese momento, colegas entusiastas nos presentaron a sus jefes y compartimos la cena juntos. El ambiente era muy agradable, y nos ofrecieron cochinillo asado, carne a la parilla uruguaya y el mejor vino de la ciudad.

Uno de los líderes dió un emotivo discurso: «Ustedes, los chinos, tienen un viejo dicho: ‘Es un gran placer tener amigos que vienen de lejos’. Nos sentimos honrados de estar con ustedes. Esta es la primera vez que recibimos a amigos de la Agencia de Noticias Xinhua. Los pueblos chino y uruguayo serán amigos para siempre.¡Nos encantaría que volvieran muchas veces más!». La velada transcurrió en un ambiente agradable, con música de guitarra de fondo.

Nos despedimos con gratitud y planeamos regresar a Montevideo al día siguiente. Nuestros amigos habían reservado alojamiento para nosotros en el mejor hotel de la zona.

Traducido por María José Borja 

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