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《教汉语,走世界》Enseñar chino, recorrer el mundo

Yo soy una profesora china

by CS-CS CS 12 Nov 2025 0 Comments

Entre 2002 y 2010, en calidad de profesora de chino para extranjeros de la Universidad de Lengua y Cultura de Beijing (BLCU), fui comisionada por el Ministerio de Educación de China para trasladarme a Cuba, donde colaboré con la Universidad de La Habana en la creación de su primer programa de Sinología, convirtiéndome así en la primera docente de lengua china en la historia de dicha institución. Fue durante esta etapa que enfrenté una prueba de vida o muerte.

Los huracanes suelen azotar con frecuencia la región del Caribe. A principios de agosto de 2004, los pronósticos meteorológicos anunciaban la llegada inminente de "Jeanne" e "Iván". La radio y la televisión cubanas transmitían incansablemente información sobre estos fenómenos: velocidad del viento, epicentro, trayectoria y las zonas y naciones que se verían afectadas, pronosticando que "Iván" arrasaría La Habana.

En las pantallas se sucedían imágenes desgarradoras del paso de los huracanes por República Dominicana, Haití, Jamaica, Nicaragua y otros países. Resultaba difícil imaginar el panorama cuando los vientos de 256 km/h barrieran La Habana: edificios en riesgo de colapso, proyectiles de arena y piedra, escombros y tejas arremolinándose con aceleración mortal en todas direcciones. Heridas y fatalidades parecían inevitables. Incontables personas quedarían sin hogar. Las pérdidas ocasionadas por semejante calamidad no serían menores a las de un terremoto o un tsunami. Confieso que sentí genuino temor.

Cundió el pánico entre la población. Mis amigos cubanos me relataban el huracán de 1996, donde las olas alcanzaron la altura de un edificio de tres pisos. Vientos furiosos arremolinaban olas colosales que sobrepasaban el malecón e irrumpían en los edificios costeros. Las viviendas en zonas bajas sufrieron daños catastróficos, con el agua anegando hasta el primer piso. Las mercancías de las tiendas en plantas bajas de hoteles de categoría fueron arrastradas casi en su totalidad; toda suerte de calzado, prendas de vivos colores e incluso enseres domésticos flotaban abandonados por las calles. Mobiliario destrozado, objetos deformados, pequeños electrodomésticos y utensilios de cocina yacían por doquier. ¡Cielos! Un terror profundo se apoderó de mí. ¿Acaso iba a encontrar aquí mi fin?

De regreso en mi habitación, tomé una bandera nacional de cinco estrellas y la desplegué sobre la cama, contemplándola por largo rato. Fue entonces cuando comprendí, en toda su profundidad, el fervoroso y sincero patriotismo de los miles de chinos de ultramar. Es en los momentos difíciles en tierra ajena cuando se aprecia con mayor intensidad la presencia de la patria en el corazón. Doblé la bandera con solemnidad y la guardé en mi mochila, junto con los folletos de admisión de la Universidad de Lengua y Cultura de Beijing, que exhibían sus imponentes edificios docentes y hermoso campus. Incluí también los cuadernos de composición de mis estudiantes, con sus caracteres pulcros y ordenados, frutos de mi labor pedagógica. A partir de aquel instante, aquella mochila me acompañaría a todas partes. De sobrevenir la desgracia, quienes me hallaran podrían encontrar estos objetos entre los escombros y saber que era una ciudadana china, una profesora de la Universidad de Lengua y Cultura de Beijing.

Tenía plena conciencia de mi condición de profesora china. Cada una de mis palabras y actos representaban a mi patria. No me estaba permitido buscar refugio egoísta en un puerto seguro, sino que debía compartir las dificultades y afrontar la adversidad junto al pueblo cubano. Decidí, pues, hacer algo por mis estudiantes y amigos.

El transporte público en La Habana era precario. Cada vez que me dirigía a impartir clase, si no conseguía que algún estudiante me brindara transporte, debía caminar durante 45 minutos bajo un sol inclemente hasta la Facultad de Idiomas Extranjeros de la Universidad de La Habana. Cuando irrumpía la lluvia, regresaba empapada al hotel universitario, pues en Cuba casi nadie hacía uso del paraguas, y mucho menos de la sombrilla para cubrirse del sol. Siguiendo la costumbre local, emprendí una serie de visitas a pie. Era imposible recorrer todos los hogares, así que me limité a los de los estudiantes que residían en el perímetro de la ciudad, para constatar sus preparativos contra el viento, proporcionarles cuerdas y cinta adhesiva, y de paso recordarles las tareas encomendadas.

Visité también a amigos pintores, colegas profesores, poetas y a la esposa de un diplomático, auxiliándoles a reforzar puertas y ventanas, aplicando cinta adhesiva en los cristales en forma de “” (caracter chino que significa arroz) para evitar que los vidrios astillados causaran heridas. Me acerqué expresamente a una humilde vivienda costera para ver a un amigo de tez morena, escultor de ascendencia china. Le insté a refugiarse en el hotel universitario, pero se rehusó, argumentando: “Amiga, debo permanecer junto a mi obra”. Al contemplar la multitud de esculturas en madera de diversos tamaños que llenaban el espacio, mi mirada se detuvo en un busto de un hombre chino. Me explicó que era su bisabuelo, tal como se lo imaginaba, originario de Fujian.

Toda La Habana se movilizó. El gobierno municipal desplegó equipos de jardinería con maquinaria pesada para inspeccionar y podar las ramas de los árboles que bordeaban las calles, previniendo su caída. Se exhortó a la ciudadanía a buscar refugio con familiares o amigos en lugares más seguros. Los servicios de limpieza agruparon y aseguraron contenedores de basura para incrementar su peso, mientras otros operarios retiraban los letreros publicitarios de las vías públicas.

El ambiente de tensión imprimía un matiz particularmente lúgubre. Empezaba a percibirse el crujir del viento. El crujido previo a la llegada de Iván se asemejaba al resuello de una locomotora de vapor forcejeando por ascender una pendiente, creciendo en intensidad. Las altas palmeras sacudían con frenesí sus amplias hojas, como innumerables manos gigantescas extendidas hacia el cielo azul, clamando: “¡Proteged a la gente sencilla y bondadosa!”

En las calles, las personas transitaban apresuradas; en los bares, se ingerían grandes sorbos de Havana Club añejo 7 años (ron de renombre mundial, destilado de caña de azúcar cubana. Existe de 3, 5, 7 años y más, siendo el de 7 años el más apreciado). Todo con tal de aplacar los nervios. Yo, presa de la soledad y el temor, vagaba por el malecón.

Las olas golpeaban incesantemente el muro, sobre el cual se arrellanaban parejas de enamorados, fundiéndose en abrazos y besos, como pronunciando sus últimas palabras de amor. Añoraba a mi amado esposo, con quien siempre he compartido las dificultades, y a mi hijo. Mi corazón se estremecía y se contraía. Sentía la muerte aproximarse paso a paso. Extrañaba mi patria, mi Beijing, y mi hermoso campus.

Ignoro cómo regresé al hotel. - ¡Profesora Li! ¡La llaman por teléfono! - vociferó la recepcionista. Reaccioné y acudí a la recepción. Al otro lado estaba mi buena amiga Isis Otero. Entre sollozos, me comunicó que su exmarido se había quitado la vida y me rogó que la acompañara a ver a su hijo, Figo. Me apresuré a regresar a mi habitación, tomé mi mochila y salí disparada.

Isis Otero, madre soltera, me había confiado en numerosas ocasiones cómo su exmarido las abandonó a ella y a Figo cuando este contaba cinco años, por otra mujer. Veinte años después, aquella mujer partió hacia Estados Unidos y ella, por el bien de su hijo, dejó atrás resentimientos y reanudó el contacto con su expareja. Esta vez, con los ojos enrojecidos por el llanto, me contó que días atrás el padre del joven le había suplicado reconciliarse. Ella respondió: “Puedo perdonarte, mas volver a amarte, es imposible. Aunque mi tercer esposo falleció, fue él quien brindó seguridad, felicidad y dicha a mi hijo y a mí. Atesoro esos sentimientos. ¿Cómo podría acceder al ruego de quien me causó la herida más profunda?” Murmurando hablaba para sí misma: “Si no me hubiese negado y solo hubiese pedido tiempo para reflexionar... ¿Cómo pudo hacer esto? ¿Cómo pudo elegir este momento para suicidarse?”

Al llegar a la casa de Fito y ver su rostro devastado, mis lágrimas irrumpieron incontenibles. Pensé en mi propio hijo, de edad similar a Fito. De perder súbitamente a su madre, quedaría sumido en idéntica aflicción. Al evocar el pasado, caí en la cuenta de que siempre me había consagrado a mi carrera: enseñando en el extranjero, publicando libros, acompañando a mi esposo en sus labores por España y Sudamérica. Había brindado muy poco a mi hijo, le debía tanto. La idea de carecer de tiempo para compensarlo me producía punzadas de dolor: “¡Hijo, tu madre te ha fallado! ¿Puedes oír mi voz?” Isis Otero estrechó con fuerza a su hijo, sentado en una silla. Yo apoyé mi mano sobre su hombro, acercándome a ellos, y no pude evitar unirme a llorar con ellos desconsoladamente. Mi corazón se contraía y mis hombros temblaban.

Las alertas por tornado, transmitidas reiteradamente, punzaban los nervios de la población varias veces al día. El viento arreciaba, la lluvia azotaba los rostros de los transeúntes. Me desplomé exhausta sobre la cama, contemplando el techo como si de una pantalla se tratara, y me pareció ver a mi padre en la batalla de Lianyungang contra el desembarco de las tropas japonesas, afianzando una ametralladora en su trinchera; lo vi en la batalla de Heishan, organizando bajo fuego enemigo el transporte de víveres, municiones y la evacuación de heridos; lo vi formando parte de la multitud de valientes que cruzaron el Yangtsé, alzando la bandera roja en Nankín y en la isla de Hainan. Su rostro resuelto y mirada penetrante se grabaron en mi mente. “¡Ay, padre, querido padre! ¿Puedes oír mi voz?” Mirando al techo, mis pensamientos se fijaron en la figura de mi madre. Aviones sobrevolando, abrazándome para cruzar las múltiples líneas de bloqueo enemigas. Su mirada era firme, su valor y entereza inquebrantables. “¡Padre, madre, pronto me reuniré con ustedes!”

Lentamente ordené mis pensamientos. La imagen de mis padres enfrentando la muerte con valor bajo una lluvia de balas me serenó gradualmente. Me incorporé y escribí cartas a la institución y a mi familia: “Distinguido Secretario Wang, estimado Rector Qu, director de la facultad, querido Weimin...me despido. Adiós, querida patria. Heroico pueblo, queridos camaradas, adiós para siempre” Me hallaba preparada para el sacrificio. Mi patria estaba conmigo. La bandera roja de cinco estrellas ondeaba en mi corazón.

Debía dedicarme a tareas concretas durante el poco tiempo restante. El edificio de la facultad de idiomas de la Universidad de La Habana era estructuralmente vulnerable. En los días siguientes, se suspendieron las clases. Atendiendo a los comentarios de los estudiantes, me dediqué a revisar el segundo volumen del libro Nueva didáctica de la lengua china para hispanohablantes (en chino 新思维汉语) tras su uso experimental, y a perfeccionar en lo posible, sin descanso, el tercer volumen, aún no probado exhaustivamente.

En medio del peligro, comencé a añorar a mis estudiantes y colegas. Los recuerdos desfilaron nítidos, escena tras escena, suceso tras suceso. Desde que pisé por primera vez (en 1964, como estudiante de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing) el campus de la BLCU, habían transcurrido décadas. Los estudiantes extranjeros que había tenido el honor de enseñar, de diversas tonalidades de piel, ojos azules, negros o marrones, procedían de decenas de países de Europa, América, África y Asia.

En aquel momento, solo anhelaba decirles a mis queridos estudiantes: “En unos días sabrán que la Profesora Li, que impartía clase con tan vivo entusiasmo, que los llevaba en bicicleta a ver la ópera de Beijing; la Profesora Li que, entre risas y conversación, los acompañaba a la Escuela Secundaria Número 4 de Beijing para encontrar compañeros para practicar el idioma, ha partido hacia otro mundo con su grupo de estudiantes cubanos.”

También empecé a recordar a los académicos visitantes del hotel universitario como el profesor Gilmore de Canadá, la profesora Sheena de Estados Unidos, la profesora Stamora de Alemania. Adiós, queridos amigos. Mas tened fe en que mi alma descansará en paz, porque la inmensa mayoría de vosotros habéis alcanzado vuestros sueños gracias al dominio del chino. Algunos os habéis convertido en expertos en asuntos chinos en vuestros respectivos gobiernos, otros en diplomáticos, médicos, catedráticos universitarios, o bien destacáis en el ámbito económico-comercial manteniendo estrechos vínculos con China. El chino se ha erigido en un puente para comunicar vuestros sentimientos y cimentar amistades. Su profesora puede cerrar los ojos en paz.

El viento arreciaba y la población entraba en estado de alerta ciclónica. En los edificios en riesgo de colapso del siglo XX que flanqueaban las avenidas principales, los residentes buscaron refugio con familiares o amigos en lugares más seguros. El hotel universitario donde me alojaba era una de las estructuras más sólidas de la zona. Por ello, los residentes de los inmuebles vulnerables de los alrededores que tenían algún vínculo acudían a refugiarse allí. El vestíbulo estaba abarrotado de personas. Permanecerían allí durante la noche.

Una anciana de tez morena y ojos de fénix rojo con el canto externo elevado captó mi atención. Vestía un delgado vestido y carecía de mantas. El viento rugía con fuerza y no se atrevía a regresar a su casa por sus pertenencias. Subí a mi habitación y le proporcioné una manta y unos pantalones de color marrón. Al entablar conversación, supe que era de ascendencia china y que un sobrino suyo había trabajado como custodio en el hotel universitario.

En la foto Li Ai (cuarta desde la izquierda, segunda fila) con estudiantes de primer año de la Universidad de La Habana. La obra caligráfica en la pared es del profesor Chen Dazhi de la BLCU.

El sonido del viento, la lluvia y el embate del mar era incesante. Casi toda la zona estaba a oscuras por el corte eléctrico. Regresé a mi habitación tanteando en la penumbra. Apenas me había acostado cuando, desde el exterior, voces desesperadas entonaban cantos lastimeros con voces agudas. Antes de poder siquiera discernir la letra, escuché unos golpes urgentes en la puerta. Al abrir, me encontré con Hechina, una estudiante alemana del segundo piso.

- Profesora Li, tengo miedo, no logro conciliar el sueño. Le propuse dormir juntas en mi cama y la abracé con un gesto maternal. La joven de 23 años, presa del pánico, me preguntó: - Profesora Li, ¿de verdad vamos a morir? ¿Realmente no volveré a ver a mi madre? Fingiendo serenidad, acaricié su cabello y respondí: - ¡No, no será así! Duerme, niña buena.

Apenas habían cesado mis palabras cuando una maceta de un piso superior, arrastrada por el viento, se estrelló con un golpe sordo contra el techo de mi habitación. Mi corazón se encogió. Ella se estremeció, me estrechó con más fuerza y me pidió que le contara una historia. Lentamente, le relaté el cuento de El viejo Sai pierde su caballo (en chino塞翁失马, historia cuya moraleja es “no hay mal que por bien no venga”).

La joven, ya sosegada, se durmió. Yo di vueltas en la cama, hasta que el sueño me venció en horas de la madrugada.

Al despertar, el estado de alarma ciclónica había terminado. Resultó que este solo había rozado el extremo noroccidental de la isla de Cuba antes de dirigirse hacia el golfo de México y luego hacia Estados Unidos. Tras el paso del ciclón, viajamos en automóvil hasta Pinar del Río, en el noroeste de Cuba, donde contemplamos un panorama desolador. Centenares de altas palmeras arrancadas de cuajo, como si fueran fósforos, esparcidas en todas direcciones. Torres de tendido eléctrico de más de diez metros de altura, con estructura en forma de “A”, retorcidas por la furia del huracán, yacían una tras otra en una colina cercana. Los edificios circundantes mostraban un paisaje de muros derruidos y escombros. Resultaba aterrador imaginar lo que habría ocurrido de haber... Pero el huracán ya había pasado. Todo retornaba paulatinamente a la normalidad. La Habana se había librado de una catástrofe. En el horizonte oriental se alzaban nubes teñidas de colores. El sol ascendía, radiante, colmado de infinita vitalidad y esperanza.

Posteriormente, comencé a impartir clases en un curso de perfeccionamiento para diplomáticos acreditados en China, organizado por el Instituto de Relaciones Internacionales. Todos los estudiantes habían cursado estudios previos en China. Mi anhelo se vio cumplido. Iniciamos la aplicación sistemática de Nueva didáctica de la lengua china para hispanohablantes. 

Más tarde, la serie completa de tres volúmenes fue publicada por la Editorial de Enseñanza de Idiomas Extranjeros e Investigación, siendo acogida favorablemente por nuestros amigos latinoamericanos. En 2022, se reeditaron el primer y segundo volumen de la segunda edición revisada por la Editorial de la Universidad de Idiomas y Culturas de Beijing y el tercer y cuarto volumen se encuentran aún en proceso de edición y publicación.

El nuevo método pedagógico, probado con éxito, permitió que la clase de chino de la Universidad de La Habana alcanzara excelentes resultados en concursos de composición. Como profesora de la BLCU, ansiaba mostrar por doquier los escritos de mis alumnos, pues constituían un honor para la BLCU y eran el fruto de mi dedicada labor.

Concebí, organicé y dirigí personalmente un gran espectáculo en chino titulado Permitamos al chino desplegar alas hacia el ideal (让汉语插上理想的翅膀). Más de veinte estudiantes participaron en una decena de actuaciones, que incluyeron recitación de poesía clásica, un coro femenino interpretando Canción de la Juventud (青春舞曲), demostraciones de wushu estilo de la mantis religiosa, abanicos de taichí, wushu con espadas de Mulán, y recitación de prosa con acompañamiento musical. Estos números se representaron según lo previsto en la ceremonia de graduación del grupo de chino de la Universidad de La Habana en enero de 2005.

Antes de mi partida en 2004, el Rector de la Universidad de La Habana, Juan Vela Valdés, me otorgó un reconocimiento especial. Declaró: “La profesora Li Ai de la Universidad de Lengua y Cultura de Beijing prestó servicios durante dos años en la facultad de idiomas de la Universidad de La Habana. Durante este período, alcanzó logros excepcionales en la enseñanza del idioma chino, siendo pionera en la enseñanza de esta disciplina en nuestra universidad. La profesora Li Ai no solo consagró sus esfuerzos a la docencia, sino que promovió activamente el idioma y la cultura chinos en la Universidad de La Habana, otras instituciones y escenarios artísticos. Al concluir sus funciones en nuestra Facultad de Idiomas Extranjeros, esta universidad se honra en reconocer sus eminentes méritos académicos y agradecer la profunda simpatía que ha manifestado hacia Cuba, otorgando a la profesora Li Ai la Medalla Conmemorativa del 275º Aniversario de la Fundación de la Universidad de La Habana”.

A través de mis acciones, logré otorgar prestigio a la BLCU y honor a mi patria. Me siento profundamente orgullosa y feliz.

Traducido por Patricia Rivera Fernández李夏

 

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